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Regla sin reglas

Se supone que cuando varias mujeres pasan mucho tiempo juntas, sus periodos se sincronizan. Quién sabe si es cierto, pero lo que sí es verdad es que las mujeres se sincronizan cuando hablan de su periodo. Es la expresión máxima de todo lo que nos une y que nos hace diferentes de los hombres, y hablar de eso no es otra cosa que reconocerse aún más como mujer.

Otra cosa cierta es que es liberador. Es poder decirle “yo menstrúo” a un mundo que de manera constante nos quiere hacer creer que no. Es poder darse cuenta de todos los mensajes que hemos recibido y que inconscientemente nos han hecho odiar esa parte de nuestro ser. Es reconocer esas luchas en otras mujeres, y empoderarse para perseguirlas.

Así surgió esta idea. Juntar a varias mujeres, hacerles preguntas sobre su periodo, y dejar que las cosas tomaran su rumbo. El resultado fue, sin ganas de endulzarlo, mágico. Las risas cuando Gladys contó que en su primer periodo se puso la toalla con el pegante para arriba o cuando Marcela dijo que pensó que se había roto por algún lado, nos hicieron sentir más cerca la una de la otra. Y es que no nos conocíamos entre sí, pero se puede decir que salimos del encuentro llevándonos un pedacito de las demás.

La cosa empezó simple: mi nombre es, tengo tantos años, hago esto y esto, y la primera vez que me llegó el periodo… ¿Alguien había pensado en todo lo que se puede decir de una mujer y su periodo por aquella primera sorpresa? Ximena sintió vergüenza por muchos años porque fue su padrastro el que le compró las toallas y Liliana se moría de la emoción porque ya iba a poder usar brasier. Esa primera vez, que no se puede prever, marca la relación que estas mujeres tuvieron, tienen y van a tener con su menstruación.

Después pasamos a los mitos y a las experiencias. Gladys dijo que en una ocasión se voló con su novio, y al otro día le llegó el periodo. Su mamá pensó que había tenido su primera relación sexual y la llevó hasta Medicina Legal para comprobarlo. Marcela recordó unas vacaciones en las que no se podía meter a la piscina porque no sabía usar tampones y tuvo que ir con su papá a comprarlos en la droguería.

De una u otra forma, todas nos identificábamos con lo que las demás contaban. Todas nos reíamos de los chistes como si fueran chistes que tuviéramos con nuestras amigas más íntimas y nos indignábamos como si el problema de una fuera nuestro.

La última parte fue la más simbólica. La menstruación está atravesada por el miedo y la vergüenza, y quisimos hacer un ejercicio que evidenciara eso, pero que no lo atacara. Les hicimos unas preguntas, que tenían que responder con los ojos cerrados. Si la respuesta era sí, levantaban la mano; si era no, no tenían que hacer nada. Empezamos. ¿Alguna vez he sentido que mi menstruación es algo sucio? Varias manos. ¿Alguna vez me he avergonzado por tener la menstruación? Más manos. ¿Creo que más mujeres deberían empoderarse de su menstruación? Casi todas las manos. ¿Creo que manejar la menstruación de manera digna es un derecho de todas las mujeres? Todas las manos.

Al final del encuentro nos agradecimos, entre todas, porque el mérito no fue solo de planear el taller, sino de haber hecho parte de él. Como dijimos antes, no nos conocíamos entre sí, pero se puede decir que salimos del encuentro llevándonos un pedacito de las demás.

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